Mi estirpe femenina, heredar la fuerza y el miedo
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Parte de la familia Velosa Huertas. Archivo familiar. |
Todo ha pasado. A pesar de lo que vivió en su niñez, es altiva, al igual que mi bisabuela Balsamina Torres, pero también sufrió el miedo de Silvina Huertas. Fue ella, mi madre Luz Aurora Velosa, la que me contó que a la bisabuela le pertenecieron tantas tierras como destinos, pero solo hubo uno. Era conocida en la vereda de 'Tambor Chiquito', en Úmbita, Boyacá, como matrona. Siempre los del pueblo la veían en caballo de silla, entrando en las cantinas con vanidad y saliendo borracha; ella tomaba tanto que apostaba las tierras en medio de las juergas, pero no le importaba, poco estaba en casa. Balsamina era la brava, la que mandaba y no mi bisabuelo Claudio Huertas, él era muy noble.
A pesar de la gallardía de mi bisabuela, Silvina Huertas no heredó el carácter de su madre. A mi abuela Silvina no la conocí, pero mi madre me contó que nació el 31 de diciembre y eso la hizo especial, porque murió el 8 de diciembre del año 1982, el día de la virgen, el día que ella quería morir. La vida de mi abuela fue muy dura, pasó sus días ordeñando vacas y caminó siempre descalza. También tuvo que criar a sus hermanos menores,
tener once hijos en el piso de la cocina, aguantar hambre y los golpes de Arsenio Velosa, su esposo y mi abuelo, cocinar todo el día, conseguir la comida y
aguantar fiebres y tormentas hasta que comenzaran las cosechas.
—Mamá
¿la vida me va a doler?— Eso fue lo que le preguntó Luz Aurora Velosa a Silvina Huertas cuando tenía siete años.
Luz Aurora pasaba las noches enteras en el monte cuidando al ganado y agarrando
moras en un canasto de fique, regresaba a casa con el temblor del miedo
disfrazado de frío. Llegaba en silencio a la casa de barro, con la voz
entrecortada y con su ruanita como escudo. La calma llegaba cuando Silvina estaba
sola en la cocina amasando la harina de maíz a la luz de la luna, al otro día habría
arepas al desayuno, una bendición de la naturaleza. Como un gato mi madre iba
ronroneando las faldas de mi abuela hasta entrelazarse en su regazo. La abuela era muy noble y cariñosa. También me dijo que Silvina tenía ojos muy tristes y un halo de angustia, para mamá ese fue el mayor castigo, aún más que tener que pasar
toda la noche fuera de la casa hasta esperar a que mi abuelo olvidara la rabia.
A pesar de que no hay fotografías de mi madre cuando pequeña y de que me confesó todo lo que habían vivido las mujeres principales de mi estirpe materna, puedo imaginar y concluir lo siguiente: falda plisada, medias rojas,
ruana y sombrero blanco,
saberte en el pasado,
describir una niña ignorada
con la mora en la espina
con las manos crucificadas.
Heredé tus orejas, tu cuello, el modo del silencio. También tengo tu dolor, ese que nació con el
parto de Silvina,
tengo ese miedo en la ira de Arsenio: el frió en el abandono del monte.
Escrito por Estefania Almonacid
Marzo 2015.
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