Elogio del bacán
Llegó tal vez a Barranquilla, la que fuera primera ciudad
cosmopolita de Colombia, cuando Bogotá era una aldea ensimismada que miraba más
hacia Londres que hacia el Caribe. Llegó a Barranquilla y, desde allí, ha
colonizado el habla de casi todo el país. Bacán es hoy el término que señala
bondades de todo tipo, el sustantivo adjetivado que califica las virtudes de
personas y cosas. Es un elogio a la alegría de vivir. El bacán es la persona;
la bacanería, la suma de bondades concentradas en un evento cotidiano y
magnífico.
Primero fue el adjetivo chévere , llegado probablemente de Cuba.
El chévere del navajazo, recordaba Nicolás Guillén. Y hay cubanos que atribuyen
el origen de la palabra a un tal Cheveret, caballero francés a quien sustantivo
o sustantivo adjetivado recuerdan por sus bondades. Así que el bacán y el
chévere se juntan para parecerse un poco al pachuno mexicano, criatura de
barriada a la que Octavio Paz consagrara páginas memorables en El laberinto de
la soledad.
Los eruditos
barranquilleros, empezando por Nelson Pinedo y Miguel Iriarte, dicen que una
cosa es el bacán y otra el camaján , el dicharachero y pintoso personaje que el
columnista conociera en Buenaventura. La verdad es que, desde mi adolescencia,
camaján y bacán se confunden. Quizá sean el mismo perro manso, lanudo y
danzarín con distinto collar, porque ambos son mansos y pacíficos: ladran pero
no muerden; gritan pero no insultan.
Los mismos eruditos
dicen que el bacán es una propuesta de vida y paz. Es cierto, pero yo le
añadiría otra virtud: el bacán
es una respuesta a la compulsiva necesidad de producir, una salida por la
tangente al círculo vicioso del trabajo, una administración placentera del
ocio, una negación time is money de anglosajones y yuppies. El bacán es un
narcisista inofensivo. En
medio de la soledad urbana que crece como crecen las neurosis de la época, el
bacán reivindica la solidaridad y la vida de grupo. Un bacán solo sería un
onanista. Prefiere hacer el amor porque en el acto conoce más gente. A veces
baila solo, para que no le dañen el paso.
Me atrae el lado convivencial, lúdico y festivo del bacán. Si se
pudiera convertir a un violento en alguien distinto, habría que darle lecciones
de bacanería. (En esto residió el triunfo y la derrota de Jaime Bateman: quiso
una revolución festiva). Contra
la amargura, la risa; contra el odio, ese amor que el bacán tiene por sí mismo;
contra el segregacionismo social, la sociabilidad que el bacán comparte con
pobres y ricos, aunque él sea pobre y nunca se haya propuesto ser rico. De allí su generosidad, su
desconocimiento de la usura. El bacán es una entidad social con desarrollo
sostenible. Lo quiere todo el mundo porque nunca ha demostrado odios a nadie.
Si se enferma, pide que lo visiten; si se muere, pide que lo bailen.
Nos piden que
escribamos sobre lo bueno del país. Para satisfacer la demanda, evoco pues al
bacán, al camaján de mi infancia, al chévere que los buenos llevan como una
marca de vida. El bacán, como la música que los acompaña, ha colonizado parte
del país andino. Y chévere que así sea. En tiempos de guerra, toda conducta de
paz es bacanería. Lo demás es barro.
Escrito por: Óscar Collazos
Tomado de El Tiempo, 5 de octubre de 2000

*Tomado de "Notas ligeras colombianas". Selección y prologo Maryluz Vallejo y Daniel Samper Pizano.
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