Emma Reyes, la pintora de las cartas
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La pintora Emma Reyes y el intelectual Germán Arciniegas |
El encuentro con Emma Reyes fue
el 5 de marzo en medio de un bus en Bogotá. En la solapa del libro ‘Memorias
por correspondencia’ decía que era la historia de una pintora colombiana que le
escribía cartas a un tal Germán Arciniegas; ese mismo que conocí en libros años
atrás en la Biblioteca Nacional y me enteré que era un intelectual de orgullo
nacional.
Busqué en Google el nombre Emma
Reyes y apareció la imagen de una niña con el rostro sucio y ropa rasgada, rostro
triste y confuso. Vi otras fotografías a blanco y negro y apareció Emma sentada
en una silla de perfil mirando la prensa al estilo de Frida Kahlo, también
observé el retrato de los dos y el recuerdo de:
“Mi querido Germán”
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Emma Reyes |
Era así como comenzaba sus
sentidas cartas, los documentos de testimonios sobre su niñez que iniciaban en
una desvencijada casa del barrio San Cristóbal al sur de la ciudad, justo donde
pasaba el tranvía. Quién iba a imaginar
que una niña de corazón tímido y asustado, maltratado, en pleno abandono,
inquilina de un convento volaría por el mundo a pintar y a escribir las cartas
de sus memorias.
Sabia ingenuidad
Leer las cartas de Emma es como estar descubriendo
la vida de las abuelas, tías y madres que han visto temblar sus manos. Es
hablar con una niña al oído de sus primeras impresiones ante la vida, con
asombros de ver por primera vez una animal, una pianola o un lunático que aparece
de repente tras bambalinas; como si fuera la primera vez que se nombraran las
cosas.
“Yo me quedé como paralizada, miraba ese mueble
(pianola) arriba por abajo y no veía los músicos, pregunté si los músicos estaban
encerrados entre el mueble, todos rieron, el cura con grande paciencia me
explicó que la música salía de los huequitos del papel. Ese buen cura me enseñó el mejor juego de mi
infancia”.
O la vez que sintió como su hermanito dolía y le
arrebataban un pedazo de ella misma.
“Creo que en ese momento aprendí de un solo golpe
lo que es injusticia y que un niño de cuatro años puede ya sentir el deseo de
no querer vivir más y ambicionar ser devorado por las entrañas de la tierra.
Ese día quedará sin duda como el más cruel de mi existencia.”
Hubo momentos en que el libro era peligroso, un
abismo entre la desgracia y los fracasos existentes. Uno quedaba sin aliento y
con un ‘es mejor no continuar’. Emma Reyes lo notó, por eso sus manos se
quebraban al escribirle a Germán.
“Sumercé, estoy triste porque esta carta no me salió como yo hubiera querido, pero no me siento incapaz de repetirla”.
La bella Emma, la que vivió su infancia en el
abandono, comiendo un pan tieso y almorzando los vestigios de una mazamorra que
a veces no la había, tuvo días en que pasaban en el encierro junto a su hermana
Helena con la panza vacía. ¡Pobre Emma! Ella que había nacido para ser artista
y lo descubrió cuando conoció el pueblo de Fusagasugá y vivió en un teatro donde
había vestidos, un escenario al aire libre y una pianola, esa misma que el cura
del pueblo le enseñó a tocar, pero por cuestiones de la vida le quitaron con
violencia la melodía de sus manos y le tocó junto a su hermana devolverse a la
fría Bogotá a aguantar hambre. Aún más pobre cuando María, la mujer que las
cuidaba, le decía a Emma que era una desgracia y que había nacido muy fea por
tener los ojos bizcos.
De ahí la incertidumbre de siempre y el miedo de no
hacer las cosas bien…
“Tú no me haces correcciones y no sé ni siquiera si lo que escribo es compresible. Hay momentos que me parece confuso y no sé si en conjunto se puede seguir la historia. Yo no dejo copia directamente y ya no me acuerdo de lo que he escribí antes.”
Así fue como terminó una carta para Germán Arciniegas.
Así fue como terminó una carta para Germán Arciniegas.
Afuera del convento: el mundo
Después de vivir más de 10 años
encerrada en un convento Emma Reyes sale a la luz del mundo. Divaga y no se
sabe cuántas desgracias y eventualidades tuvo que pasar para que a los 21 años
llegara a Buenos Aires (Argentina) a principios de los años 40; fue en esa
época su primer acercamiento con la pintura.
Además el pintor argentino
Álvaro Medina le regaló unos lienzos y con ellos empezó a pintar las
plazas y mercados de su viaje. Años después, en 1974, Emma ganó una beca de la
Fundación Roncoroni para realizar estudios de pintura en el exterior. Entonces
la niña de los ojos asombrosos viaja a París y asiste a clases de arte en la academia
de André Lothe; el pintor francés fue artífice para que en 1949 Reyes realizara
su primera exposición en la galeria Kléber.
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Emma Reyes en su taller de artes |
Después Emma Reyes fue una
viajera con su pincel en las manos. De París se fue a Estados Unidos, luego a
México como delegada del Primer Congreso Panamericano de la Unesco y tuvo el
placer de habitar el taller del gran muralista Diego Rivera y trabajó junto a
las artistas mexicanas Lola Álvarez y Frida Kahlo, eso a finales de 1950.
Luego se traslada a Roma y gracias a que Germán Arciniegas, entonces embajador en Roma, pudo conseguir una estancia de 18 meses en Israel para una residencia artística. Después en la década de los 60 se va a la ciudad de Perigueux (Francia) y cuando le dio la vuelta al mundo regresa a su mítica Colombia para exponer sus mejores cuadros en Bogotá, Medellín y Cali.
Luego se traslada a Roma y gracias a que Germán Arciniegas, entonces embajador en Roma, pudo conseguir una estancia de 18 meses en Israel para una residencia artística. Después en la década de los 60 se va a la ciudad de Perigueux (Francia) y cuando le dio la vuelta al mundo regresa a su mítica Colombia para exponer sus mejores cuadros en Bogotá, Medellín y Cali.
Geometría, rayas salvajes, paralelos,
desconfiguración, laberintos, horror, colores, flores, frutas y verduras,
rostros, siluetas… Su arte se extendió hasta que sus fuerzas se lo permitieron
después de tanto caminar, al final decidió irse a Burdeos (Francia) junto a su
esposo para continuar su labor pictórica hasta el año 2003, la fecha de
su fallecimiento...
“Antes de ponerme en marcha hacia
el mundo me di cuenta que ya hacía mucho tiempo que yo ya no era una niña. En
la calle no había nadie, solo dos perros flacos y uno le estaba oliendo el culo
al otro.”
Escrito por Estefania Almonacid Velosa
Marzo-2016
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