Elogio a la cuarentena

 
Fotografía tomada por Estefania Almonacid Velosa


     Desde que no madrugo soy un mejor ser vivo. Me he convertido en la suspicaz sombra o en lo profundo de la caverna en donde las trazas del ruido llegan hechas polvo. Por ejemplo, desde la habitación escucho las risas de diversión  de la niña que vive en el apartamento de al lado. Repaso la emoción y acerco mi oreja a la pared,  es el retorno de los 5 años, la edad en que llegué a habitar este apartamento. También quisiera volver a jugar, toco la pared y ella ríe aún más. Regreso a la ventana de la habitación y el monte muestra su tonalidad más campante para darle la entrada triunfal al atardecer.

      Recuerdo las tardes en que me quedaba sola y encendía la grabadora en la emisora de música clásica. Mi pequeño cuerpo hacía figurines simulando ser una gran bailarina de ballet, después inventaba movimientos que no pertenecían a ningún género musical; solo inventaba pasos y hacía de eso un drama o una celebración. 

       Han pasado muchos años, mi cuerpo se ha alargado, he dejado de jugar. Sin embargo, ahora que he podido estar varios días en el apartamento, vuelvo a jugar a ser la gran bailarina e invento siluetas en la pared antes de que caiga la noche. También me río, la alegría como resistencia, y el silencio de la calle logra que la niña del lado escuche mis pasos y la música. 

    Me siento más vibrante, ahora que no tengo  que madrugar a las cuatro de la mañana ni ir a la oficina me queda tiempo para bailar en las tardes y eso se ha convertido en un ritual. Perfecciono mis posturas y estoy adorando canciones que jamás les había puesto la atención que merecían, pero lo más importante, recuperé esa emoción de bailar de cuando era niña. Bailar me ocupa el alma y la mente, me quita la ansiedad, me libera del pesimismo y los fracasos que he tenido, me hace fuerte y poderosa. 

       También, gracias a la cuarentena descubrí al trompetista Miles Davis y a la escritora y defensora de los derechos civiles, Maya Angelou. La música de Davis se convirtió en la banda sonora de las noches y Angelou me ha inspirado el desparpajo de no tener miedo o pudor de expresarme y cultivar una belleza única. Me gusta conocer la vida de personas talentosas, así puedo dejar de pensar en mí, no llega la necesidad de todo lo que falta por hacer y no se ha logrado. 

     Los relojes se han convertido en relojes de arena que se traban a cada rato y vuelven a comenzar. Hasta he aprendido a reconocer los quebrantos de las estructuras que me cubren. Tantos años viviendo aquí y hay rincones tan desconocidos. Con Diana Uribe viajo al Medio Oriente y con Murasaki Shikibu visito las playas de Suma y Akashi en Japón para escuchar los poemas susurrados del príncipe Genji. La historiadora tiene razón, el confinamiento es del cuerpo y no de la mente. 

     Aquí todos los días son sábados, mi día favorito. Me levanto hasta que acaban los sueños y descanso del ruido eminente del despertador. Además, pruebo deliciosos alimentos y disfruto cada sabor sin la prisa cotidiana de solo llenar la panza. Tengo horas a mi favor para organizar los objetos y recabar viejos recuerdos. Al parecer, el álbum fotográfico bajó de la cúspide de la biblioteca.

     Descubro que realizo mejor el trabajo, mi cabeza está más clara, hago mejor las cosas y no huelo a sueño durante el día, además, mi humor ha mejorado. Es que si uno duerme bien, todo está bien, o ¿será que este ambiente es propicio para almas perezosas y algo asociales como la mía? Quién sabe. Lo importante es que planeé una novela y he tenido ideas nuevas para escribir poemas; con este silencio apetece crear e imaginar. La idea de volver a la oficina me resulta aterradora. 

      No obstante, tengo ganas de salir para bailar salsa en un bar y comerme un helado de chocolate en el parque. Así mismo, quiero salir para tener el placer de volver a la habitación, encender la radio, preparar un té, quizás, tener a la mano los viejos binóculos del abuelo y transcurrir el atardecer junto al gato Bartolo. Es aquí, en el encierro, donde uno empieza a valorar cada instante. 




Escrito por Estefania Almonacid Velosa 








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