Reviviendo el bolero
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Sin el programa Mañanas del ayer de Radio
Nacional de Colombia, dirigido por Alejandra Restrepo, los sábados no tendrían
el mismo encanto. Tampoco los domingos tendrían un tinte poético con el
programa nocturno Conversación en tiempos de bolero con César Pagano
en Javeriana Estéreo. La abuela Hilda González también escuchaba programas de
boleros en la emisora Radio Recuerdos, desde entonces me ha encantado el
género, pero esta vez los boleros entran en mí de una manera diferente, ahora todo se traduce en el pecho. Fue necesario tener largos días para
darme cuenta de que me convertí en la continuación de algo. Reemplacé a la
abuela en la silla, soy la que se sienta cada fin de semana frente a la radio.
Alguien tiene que escuchar esas canciones. Es el miedo a desaparecer, pienso que,
si no escucho con esmero y pasión los boleros, nadie más lo hará, tampoco las
siguientes generaciones y la escena de ver a la abuela Hilda sintonizando la emisora
en el viejo radio de madera, sentada con el rostro al viento, la tarde soleada,
los niños jugando en la calle, sus manos tranquilas posándose en el vestido
carmín, todo se podría ir por la borda.
Los boleros son una excusa para que los recuerdos y un
amor posible tengan refugio, así mismo, los boleros me llenan de imaginación
para fabricar futuros recuerdos. Me he inventado hallazgos semana tras semana,
puedo estar sin prisa, en silencio para concentrarme en la canción, en la
letra, en la melodía y en las diferentes tonalidades que escudriñan los estados
sentimentales. Pareciera que el mundo se hubiera detenido para que aprendiera
mejor el culto de entender y evocar los boleros, como
si la abuela llegara de sorpresa para indicarme que en la búsqueda de la
belleza de los días está la esencia de la vida. Los boleros son una señal, no sé,
para vivir enamorada sin necesidad de estar con alguien, al menos para escribir
mejores poemas. Eso es suficiente.
El primer hallazgo fue que mi padre
Ismael me contó que el bolero preferido del abuelo Manuel era Despedida
de Daniel Santos. Es una pieza exquisita, comienza con el sonido de una marcha
militar, luego el sonido de la trompeta es suave y la voz certera y cortante
del bolerista les dice adiós a los muchachos y a su adorada porque se va a la
guerra a pelear en otras tierras. Imagino que mi abuelo la cantaba mientras se
embetunaba los zapatos.
El segundo hallazgo lo protagonizó Felipe Pirela,
conocido como ‘El bolerista de América’. Nunca había visto una fotografía de
él, tan solo había escuchado su voz. El encanto llegó con el tema Por la vuelta, cuenta
la historia de una noche de lluvia en que dos amantes se vuelven a encontrar
después de haberse separado en el pasado de una manera tranquila y con mutuo
acuerdo. Después chismoseé en la vida de Pirela y me enteré de la ruptura de su
joven esposa; tenía 14 años Mariela Guadalupe en el momento en que se casó con el
bolerista en 1964 en Caracas, Venezuela. También me enteré de lo terrible que
fue para el cantante el escándalo de su separación y de no poder caminar
tranquilo por los bulevares. Pirela era de ojos achinados y de tonalidad
angustiada y certera a la vez, una voz misteriosa que se introduce por el
armario y obliga a ponerse el abrigo y salir a buscar al autor de las cartas.
El gusto por el bolero se impregnó más cuando me
entrometí en la obra de Emilia Pardo Umaña, famosa periodista bogotana en la
década de los años 40 y 50, así mismo, cuando entrevisté a los visitantes de los
cafés más emblemáticos del centro de Bogotá, por ejemplo, el café San Moritz y
el Mercantil. He vuelto a repasar los boleros que han marcado mi vida, me
adentro a Qué lío de Héctor Lavoe y Willie Colón. Jamás había bailado un
bolero, una tarde coloqué ese tema y del cuerpo salieron movimientos que
sugerían volar, calmar los recuerdos y entregarse a la soledad. Ese fue el
tercer hallazgo. Bailar para hacer un duelo, bailar para deshacerse de la
crueldad, bailar para inventar y recomponer.
Amada mía
de Cheo Feliciano, No ha pasado nada de Armando Manzanero y Cenizas de
Toña La negra han resonado de nuevo, prevalecen historias, invenciones de
escenarios en una habitación, señalan encrucijadas para volver a objetos dignos
de estar en el Museo de las relaciones rotas, ubicado en Zagreb, Croacia. También
he regresado a boleros que se han publicado hace pocos años; qué lástima que en
la actualidad se escriban y se graben muy pocos boleros. La mayoría de las
canciones de este género tienen una admirable calidad poética, puedo nombrar Convergencia
interpretada por Pete ‘El conde’ Rodríguez, Longina en la voz de
Oscar D´León y A la orilla del río interpretada por Bienvenido Granda.
Sin embargo, hay boleros cuestionables como Me
engañas mujer cantado por Lucho Barrios, que cuenta la historia de un
hombre que asesina a su esposa y al amante de ella. Otra canción insoportable
es Penas interpretada por Iván Cruz, es un drama estridente. Hay otra
canción más, Entre copas y amigos en la voz de Ismael Miranda, es la
narración de un hombre que se arrepiente de ser un borracho por el engaño de una mujer y decide volver con sus amigos a las cantinas. Este bolero llega al límite del odio con la frase
“vale más cualquier amigo, sea un borracho, sea un perdido, que la más linda
mujer”. No hay que pasar por alto que hay boleros bastantes retrógrados y machistas que influyeron con firmeza en la educación sentimental de generaciones
pasadas.
No obstante, el bolero es sinónimo de poesía, de
embellecimiento del lenguaje al nombrar los sentimientos humanos y de contar
historias amorosas, es “el desfile de la caravana sentimental”, como definió
Carlos Fuentes al bolero. Algunos de los boleros actuales que rescato son: los
del álbum Enclave de bolero de Juancho Valencia, Qué bonito es de
Julio Cortés, El color de tu mirada de Calambuco, los boleros de Saavedra y Tristeza que me
invita a vivir de Mulato Bantú. Cuarto y
último hallazgo.
Me gusta hallar boleros buenos, los programas de radio y mi padre Ismael son mis mayores fuentes. Cuesta afinar el oído, pero lo que vale es lo que se siente,
lo que llega a kilómetros, una voz, que, según César Pagano, tenga cualidades
como un timbre de voz hermoso o por lo menos agradable y singular, estilo
propio, capacidad expresiva, capacidad para comunicar emociones y talento al
cantar rubateos, inflexiones, requiebros, todo en justa medida. Para mí, un bolerista debe tener la cualidad
de gritar y retener ese grito, volver a gritar y por fin desahogarlo en un
soplo de diente de león.
Por lo pronto, que el bolero resuma mi vida, del mismo
modo como lo afirma el cronista Carlos Monsiváis, “el bolero es una serenata al pie de la utopía
del romanticismo, el bolero es una
renuncia pactada a lo que ya se sabe de la inmediatez de la vida sexual, el
bolero es el recuerdo de lo que no se ha vivido, el bolero es una conspiración
de la memoria que nos convierte, de modo simultáneo, en ancestros y
descendientes de nosotros mismos”. Por
fin sábado, por fin domingo, por fin la radio, los boleros y el baile suavecito
del corazón.
Estefania Almonacid Velosa
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