Las voces en dos casas: un encuentro con Cristina Maya

 

Portada del poemario Las voces de la casa. 

        Mi apartamento jamás se parecerá a una inmensa casa. No hay jardín, no hay chimenea, no hay lugar para esconderse y pasar desapercibida. Basta con pararse en medio de la sala para saber qué está sucediendo en el espacio que habito. Nunca he pisado la casa que evoca el poemario Las voces de la casa escrito por la poeta bogotana Cristina Maya. La imaginaba como la casa de Jorge Eliecer Gaitán y su familia, una casa dispuesta a guardar los secretos necesarios para mantenerse de pie. Sin embargo, al ver el poemario en mi biblioteca de la habitación, el apartamento se transforma y puedo hacer de él una extensa vegetación de sofás, sillas, muebles, camas, platos, mesas y alfombras. Un urapán puede estar frente a la puerta, también, una escalera y un columpio bajo la frondosidad de recuerdos. Descubro que todas las puertas del mundo pueden estar en los poemas de Cristina Maya. Ella me lo confirmó. Es solo habitar un espacio e inventarse un hábito.


Primera señal

El poeta Rafael Maya con la escritora en el día del grado universitario. 

       Pasaba por delante de Las voces de la casa, alguna vez lo ojeé, pero el corazón no estuvo atento. Eran prioridad otros libros. Pero un día no se pudo salir a la calle y el silencio de la habitación fue la brújula de los asombros para llegar ante esa casa. Entonces golpeo, la escritora me abre y me dice: “esta casa contiene todas las casas del mundo. Las voces pueden existir en cualquier espacio que inspire recuerdos, por eso la casa del poemario son todos los recuerdos de los espacios en que he vivido, incluso, puede ser una casa que nunca he pisado”. La escritora colombiana me da la bienvenida con el recuerdo de vivir en un apartamento de París cuando era pequeña, pues su padre, el reconocido poeta Rafael Maya, fue delegado de la Unesco en ese país. “Tengo evidencias de lugares específicos de ese lugar, como el comedor donde tenía una radiola y colocaba mis discos de música clásica.”

       A la casa del poemario no entro ajena, despacio recorro la intimidad de los colores y la formas. Es cerrar los ojos y reconocer todo con el tacto. Tampoco hay necesidad de tener un lazarillo, el alma debe concentrarse para seguir avanzando, de ese modo, comprobar las escenas que se vivieron en cada espacio. Ella también me cuenta que en su casa nunca hubo buhardilla, pero se imaginó esa sensación de estar en una. Puedo afirmar que así es, que es justo como ella lo describió porque en mi apartamento hay un altilloCuando quisimos ahogar/nuestro tedio, /cuando anhelamos soñar/ a solas, / cuando pensamos buscar /recuerdos/ aún entre las telarañas/ y los cachivaches/ subimos hasta la buhardilla/ entrañable morada, /la más secreta de la casa.


Segunda señal

       La casa de la escritora y mi apartamento se han comunicado. La contemplación de mi refugio ha salido de Las voces de la casa, es allí donde he aprendido a estar junto a mi cámara, no obstante, Cristina Maya lo descubrió mucho antes de escribir el libro. “El poemario salió de un poema que escribí que se llama La casa, que es un poema inspirado en la infancia y en mi papá. El poema dice al final: Y el eco de tu nombre perdurará en las voces de la casa. 

       Evoco a la escritora merodeando la casa, luego, la imagino sentada escribiendo el poemario. Han pasado muchos años, pero la ventaja de este libro es que todos los días parece recién escrito. ¿Será que las próximas generaciones encontrarán señales al leerlo? “Este poemario tiene la virtud de la sencillez, por lo tanto, pienso que le puede llegar a la gente joven y a todo el mundo. Ojalá lo entiendan siempre y perdure”, afirma Cristina Maya que, además de escritora, pertenece a la junta directiva de la Academia Colombiana de la Lengua. 

       Me gusta encontrar descanso en el encuentro con los objetos y los espacios que nombra el poemario, menos mal lo leí, porque no había percibido que el espejo de la habitación es el único que no sabe de máscaras… Mas no miente el espejo/ del cuarto/ que nos mira de frente / sin ropajes, ni máscaras. O que las llaves del apartamento son el único acertijo resuelto que descansa en mis manos… Por el ojo/ de la cerradura / apenas cabe una llave. /¡Umbral del paraíso! También, al leer los poemas, me di cuenta de que alguien pudo traducir mi momento mayor del día… El café, /el pan de la mañana, / la luna blanca del mantel,/ la vajilla habitual/ hallaron cabida en esa mesa/ donde también/ se celebró la vida. Página tras página, sí, eso es justo lo que vivo y siento.


Señales para inventar


La escritora Cristina Maya en Buenos Aires, Argentina. 


      No sé cuándo dejaré de habitar este apartamento. Por lo pronto, Cristina Maya no cambiaría la casa en donde ha vivido por otro lugar en el mundo. “Esta casa es maravillosa porque se pueden ver los cerros, además, mi lugar favorito es la biblioteca porque están los libros de mi padre, es el lugar de las tertulias, es mágica”, dice la escritora que ganó en el año 2014 el premio de la Casa de Poesía Silva con el poema El amor como un río.

      Quizás tampoco cambiaría mi apartamento por otros lugares del mundo, pero aún estoy muy joven y debo explorar como Cristina Maya lo ha hecho, por eso me iré a Cuba, luego a Lisboa, después a Turquía, con Las voces de la casa en la maleta y con el recuerdo de mi habitación. Tengo que irme para encontrar las razones de peso necesarias y añorar volver. Mientras tanto me quedo con todas las imágenes que la escritora bogotana me brindó en nuestra conversación: ella junto a la mamá, Nelly Gallego, leyendo, ella esperando la opinión de Rafael Maya mientras lee un poema de su autoría, ella cantando en el teatro Colón, ella con el sueño de infancia de ser la María Callas colombiana, ella preparándose para ser directora de orquesta o una imponente bailarina, ella, en la actualidad, escribiendo un poema mientras cocina… Ella, las voces y la misma casa. Me despido, pero puedo volver a visitarla con solo abrir el libro. 


Estefania Almonacid Velosa 





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