“Yo no quiero ser una señora que pinta”

        

Beatriz González y Los Suicidas del Sisga. Archivo Fotográfico El Tiempo. Enero 21-1968.


     La primera vez que vi la obra de la pintora Beatriz González estaba en la edad de decidir cuál era mi color favorito. En esa época mamá y papá nos llevaban a mis hermanas y a mí a visitar repetidas veces el Museo de Arte Moderno de Bogotá. Recuerdo un sol que se ahogaba en un desierto turquesa y el retrato de una pareja de esposos con un ramo de flores en las manos, parecido al retrato de mis abuelos que cuelga en las paredes de barro. Luego, vi a Beatriz caminar por las bóvedas del cementerio central, entre estampas y silencios repetidos.

       He olvidado el día en que dejé de verla. Sin embargo, ahora que la vuelvo a encontrar, descubro que la obra de Beatriz está en mi casa. Está en el parloteo del televisor, en las cicatrices de los muebles, en el cuadro religioso que tiene más de 60 años, en las fotografías de los periódicos que se acumulan en el escritorio, en los álbumes familiares y en la comparsa opaca que se evidencia por la ventana.

      El encuentro: un retrato a blanco y negro del año 1968, rostro joven, capul, suéter y pantalones a cuadros, ella sentada, con gesto serio, no es el apropiado en una pintora fina y elegante. Las fotografías invitan al hallazgo, son tentación a husmear, a descubrir. 

       Beatriz González camina y señala sus obras en el Museo de Arte Miguel Urrutia, en Bogotá. Tiene 82 años y un gesto desmentido. 

       Yo no quería ser la mujer fina y elegante. Yo no quería ser una señora que pinta…Quería hacer cosas que nadie más había hecho afirma la pintora. 

         El poder de las imágenes de la casa, las fotografías de las revistas y periódicos, las pinturas de grandes artistas y las láminas populares del taller Gráficas Molinare, fundado en 1952 por el español Antonio Molinari en Cali, intrigaron y le dieron un giro a la vida artística de Beatriz. Ella prefirió materiales como el metal y la pintura ordinaria, creó, cuestionó la política, trasgredió, recibió comentarios de maestros del tipo: ¿qué es lo que le está pasando?, se embarcó y personas de todo el mundo vieron en sus pinturas la crítica a presidentes como Julio César Turbay y Belisario Betancur, quienes vivían muy orondos mientras el país se tiznaba. 


Beatriz González caminando por el archivo.
Fotografía del archivo de Natalia Gutiérrez.  

          El naranja constante de la brocha de la pintora se desliza por el piso de madera, es el reflejo del sol que choca con las estructuras. El piso vibra con la radio encendida, el fotógrafo Jesús Abad Colorado habla fuerte en el programa ‘Margarita da la nota’, conducido por la periodista Margarita Vidal, en la Radio Nacional de Colombia. Un brochazo también hace vibrar. El fotoperiodista habla de los rostros del dolor, de la esperanza y de la búsqueda de la verdad en el conflicto armado colombiano. Encaro las pinturas de González que encarnan el dolor, a la vez que encaro las fotografías de Colorado. Se ven las gritas en el piso. Vibrar no es igual que temblar. 

       El arte en tiempos de crisis nos permite saber quiénes somos. El arte nos cambia, el arte es una posibilidad para ser seres emotivos me dice Sigrid Castañeda, curadora del Museo de Arte Miguel Urrutia, al preguntarle sobre la importancia de la obra de Beatriz González. 

         He vivido o intentado sentir cada color de los cuadros de Beatriz, he escuchado en ellos historias que jamás me han contado, he reconocido ojos misteriosos. No me pierdo en los trazos de Beatriz, no intento entenderla, es solo mirar su obra y sentir que los párpados se cierran por varias generaciones. 

      Confieso, quiero saber más de ella, por ejemplo, saber que entre semana pinta en las mañanas, que en la tarde escribe y lee, porque también es investigadora del arte. Saber que su esposo, el arquitecto Urbano Ripoll, ha sido un aliado en su carrera artística. O que en el último semestre de universidad decidió ser pintora. 

       Busco a Natalia Gutiérrez, curadora de los archivos personales de Beatriz González. Natalia vio por primera vez la obra de la artista bumanguesa en el colegio, cuando visitó el Museo Nacional. Después, conoció su presencia en la universidad cuando estudió artes. Desde entonces, ha trabajado con ella y se ha encargado de preservar el archivo, no solo el de Beatriz, también los de otros artistas para que no terminen en el cesto de basura.

       El archivo personal muestra que el artista tiene un proceso. Demuestra que no solo se es un artista por los cuadros, es porque también hay algo detrás. Además, el público se siente más cercano al artista, comunica la idea de que se puede ser el artista que se quiera dice Natalia, heroína de archivos.

Natalia Gutiérrez. Curadora del archivo personal de Beatriz González. 
Fotografía del archivo de Natalia Gutiérrez.  


       
Recortes de periódico, postales, libros, bocetos, fotografías personales, láminas, videos, publicidad…  Es cierto. Beatriz no está en un pedestal, ni se percibe lejana. Es abrir el cajón de recuerdos de un país y reconocernos en el álbum familiar, pero también es la posibilidad de no encontrarse, de no estar, de no pertenecer. Es ella quien descubre los escondites. Lo intuyo, pero tengo que preguntar:

         Natalia, pero ¿cómo es ella?

       Beatriz González es muy comprometida consigo misma y con lo que hace. Aprendo de esa energía y de esa disciplina que tiene. La disciplina en ella es una celebración cotidiana. Es una persona muy crítica con ella misma a pesar de que ahora reciba muchos halagos.

         Me he acercado. Tengo una certeza. Cada cuadro de Beatriz, cada aliento y creación es una lección para aferrarse a la vida.  

                            

                                                                                                     Estefania Almonacid Velosa 

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