La vida es un baile

Hilda González. Archivo familiar



        María Hilda González colocaba todas las tardes la emisora de boleros Radio Santa Fe, era la mujer que mezclaba muy bien el humor con la  posición de los objetos de su casa. Se sabía todas las canciones, comía con un gusto exquisito y la delicadeza de sus vestidos bailaba con el gran Benny Moré.  El Bárbaro del Ritmo, como llamaban al sonero cubano por esa voz que endulzaba los aromas culinarios de esa mujer triste y altiva.
        
        Desde que la conocí mi oído se ha convertido en un coral que repite una y otra vez la estrategia para llegar al paraíso de arena caliente y coco recién cortado. La música a los lejos, los olores antillanos, el perfume embriagante de los cantantes de smoking blanco, el terciopelo, la descarga de la orquesta, el abano y la copa oscura muy oscura, como la noches que solo Cuba puede tener. Todo ese encanto habitaba en su santuario cotidiano.
         
        Sin decir palabra me enseñó a reconocer la amargura de Moré, el desamparo de un amor, la rabia de los amantes, la súplica, la celebración y la alegría de la bienvenida y el adiós, en todo un disco. Hilda tenía el carácter de los boleros, fue y será el mejor tema de amor, ese que se ve en los ojos, ese que grita con el sudor, ese mismo que llora cuando se está en soledad y se come berenjena en una tarde domingo. 

         Y no fue solo el amor, fue el miedo ante una urbe salvaje, el cansancio en un lavadero como puesto de trabajo y la lucha para conseguir el alimento para sus hijos.  Fueron tantas cosas que pueden hacer perder a cualquier alma frágil, ella no, ella tuvo dignidad y afrontó la vida como un bolero, así fue más consecuente con el destino.
          
         ---La vida es un baile y el que la baila es un loco--- Me lo decía en el puñado de visitas que le hice hasta mis 23 años.  

         La sonrisa después de la frase era un espectáculo, se pintaba las uñas de rojo y las lucía en el juego de parqués. A la hora del café, queso y pan le subía más al radio; despedía la noche alternando las canciones del gran Benny, por supuesto, también de Julio Jaramillo, Alci Acosta, Daniel Santos, Helenita Vargas, Celia Cruz y los hermanos Bisconti, entre tantas voces maravillosas.  

            Pero qué bonito y sabroso
           Bailan el mambo las mejicanas
           Mueven la cintura y los hombros
          Igualito que las cubanas.

          Bonita y sabrosa, era igualita que una cubana, cantaba con El Bárbaro y también compartía el gusto por las rancheras, que las susurraba con devoción como recordando los ojos de María, la de Jorge Isaacs no, la María Bonita de Agustín Lara, otro cantante que hacía que encontráramos a Hilda debajo de la luna.
          
          Nunca necesitó contarme de su vida porque las canciones hablaban por ella, la hacían más irónica y por lo tanto nunca sabía si lo que contaba era verdad. Era  esquiva en los detalles, pero eso no importaba, la respuesta que quería saber me lo decía con una invitación a almorzar y en la posición de sus manos morenas que guardaban el recuerdo del mar. Su alma era de agua salada, me heredó un pez naranja que baila en el corazón,  no había que seguir lamentándose, los lamentos habían pasado y era el momento de gozar con una guaracha, un son, un mambo, un bolero de María Hilda Bonita.
          
          Emprendió su viaje sin avisarme a la Habana, no dijo nada y solo dejó el retrato de ella cuando tenía un poco más de mi edad y los discos que tarareaba en mi cabeza. Una tarde le quedó estrecha su casa, empacó y se fue por siempre a rumbear. Hilda se tomó enserio lo que alguna vez dijo la bella Celia Cruz:

            Ríe, llora que a cada cual le llega su hora
           Ríe, llora, vive tu vida y gózala toda.

          
          Le había llegado la hora de irse a la Isla del Encanto. 



Abril de 2015.

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