Bailar como escribiendo una carta de amor
Fotografiar sus botas altas de terciopelo rojo. Subir por sus piernas, verla recostada en los espejos del salón de danzas. Observarla con una cámara, en la danza o en el abrazo con los párpados cerrados. Sentí por primera vez el azufre, las llamas, el fuego en la biblioteca Gabriel García Márquez. En primera fila, con una puesta escena que me convirtió en papel celofán . Ella fuerte y masculina, pero tan mujer. Con su mirada de abismo. A Demonia Yeguaza la vi bailar en una mesa de lectura, la vi mover sus nalgas y caderas ante la curiosidad de las personas que visitaban la biblioteca. Todo fue distinto para no olvidarla, para trastocar. Leyó el manifiesto de Pedro Lemebel y terminó de invadir. Aun cuando visito la biblioteca recuerdo el golpe seco de una silla y el estruendo repetitivo de sus botas militares. Después volví encontrarla en una clase de danza senxual. Trepé por la calle de La Pola, por las escaleras del teatro al aire libre La Media Torta hasta llegar a la Casona de