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BREVE ELOGIO DE LOS PIES



Por Alfonso Fuenmayor


     Un capricho universal ha contrapuesto, no es su ubicación especial pues que se escapa a la voluntad de todos, sino en su significado espiritual, los pies a la cabeza. En el primer sentido la oposición es evidente, en cambio en el segundo es bastante arbitraria y no poco injusta.

    En realidad, se dice que la cabeza es el asiento de la sabiduría, la bóveda en donde el hombre guarda su más preciada joya: la inteligencia. Es el pretendido símbolo de su perfección. Por ella se identifica, es ella la parte de su cuerpo que siempre somete al inocuo desparo de la cámara fotográfica, es la que hace, esa superficie mínima, que sea bien o mal parecido, y tiene una gran importancia en la simpatía que le atribuye sus amigos. También sirve para meditar sobre un parecido y sacar alguna conclusión relacionada con su árbol genealógico. En el rostro de una persona se pretende adivinar su ocupación: ingeniero, poeta, descifrador de crucigramas  pintor, etc. También tiene la cara atribuciones bibliográficas mediante las cuales se pueden leer las huellas de las trasnochos, los vicios, y las posibilidades como artista en la pantalla. En consecuencia de este gran preponderancia que irradia su soberanía desde un altar secular, el rostro humano, ha sido erigido en objeto, playa de las cremas, destino de los cosméticos, tema de los poetas, Su estética, tan provechosa a la ciencia como el cáncer, ha originado la cirugía plástica. No en vano es la porción del cuerpo que más se separa de la tierra, extremidades como un amago trunco de ascensión.

     En cambio los pies, extremidades vilipendiadas, son blanco de innumerables injurias, sobre los cuales se han complacido todos los desdenes. No obstante, son un colaborador eficacísimo para las funciones intelectuales. Muchas son las personas que aciertan a pronunciar una frase genial con solo mirarse los pies. Estos son indudablemente más elocuentes que el silencio y que la palabra. Y además, ¿cuántas obras maestras de la humanidad no se hicieron a bordo de una caminata que sosegó el espíritu, abstrayéndolo  de preocupaciones sin trascendencia y lo condujo a parajes apacibles en donde la mente captó una idea sublime? El peripatetismo intelectual no es solo una alusión confortante de la historia: es también un sistema de altas especulaciones. Es el punto en que los pies y la cabeza guardan confabulados en el camino de la sabiduría. ¿No fue acaso caminando como Newton describió la ley de la gravedad? Los pies son el aplomo del hombre. Cuando una persona tambalea o cae---por razones de cualquier índole ---este triste espectáculo mueve al ánimo a risa o a compasión, porque los pies son el soporte de la dignidad humana. Por otra parte, una persona sin pies sufre mucho más que una persona sin cabeza. Esto da una ligera idea de su importancia.

     Sin embargo, meter la pata es una expresión trivial de cada día con al cual se quiere indicar que en determinado momento hicimos mal empelo, inoportuno por lo menos, de nuestras facultades intelectuales. Esta es otra tremenda injusticia, una de esas injusticias que irreflexivamente hacen carrera afortunada y que reflexivamente también hace carrera. Es una injusticia irremediable. Lo que metafóricamente equivale a introducir las extremidades es una empresa mucho más delicada de lo que generalmente se le supone. Lo imperdonable, en esto como en todo, es hacerlo sin talento ni elegancia y este error procede únicamente de la cabeza y jamás de los pies. El que mete la pata está lejos de meterse en un zapato. Podría hasta ser una de esas personas importantes que se llaman antipáticas y cuya presencia se rehúye sistemáticamente. Pero quienes siempre se encuentran en dificultades cuando ocurre una metida de mata, que muchas veces es superior al más sublime de los pensamientos, son los miembros de auditorio y más directamente el que es víctima inmediata, que en estos casi debe meterla a su turno a mayor profundidad como la única salida digna. Meter la pata significa además un acto de franqueza ruda, una impertinencia totalmente honrada. En cambio, meter la cabeza, que ha sido sustituido por asomarla, es un acto de abominable hipocresía, de repugnante fisgoneo, de vil y premeditado hurto de cualquier secreto.

     Pero no todo es injusticia y desdén para con los pies. Los hombres han construido para ellos hermosos parques, han hecho espaciosos andenes que cada día son desvelado objeto de las preocupaciones de  los urbanistas. Hay un código que defiende a los peatones. Y para ellos, para los los pies son los flamantes zapatos, los brillantes estribos. Tienen también profesionales que los cuidan tiernamente, como los pedicuros, y su buena presencia, recubierta de cuero, ha dado origen ala muy ilustre profesión del limpiabotas. Por otra parte, los hombres han creado singulares deportes como el atletismo, el fooball, etc., para recreo de los pies. Estos son el símbolo indiscutible de la libertad. Ellos solo son un himno. Una persona es vejada en su decoro y dignidad con que solo le impidan mover los pies. Sus enfermedades los callos y juanetes, son tan respetables como la caspa y los dolores de cabeza.

     La cabeza no ha dado origen a un arte, tan espléndido, que resuma tanta belleza, tanta armonía, como la danza con sus giros y vueltas y ritmos. ¿Qué cuidado ha merecido la cabeza a través de su empenachado itinerario por la historia de género humano que se pueda comparar con el cuidado que los pies han merecido a los chinos?

     De todos modos, los pies son la base, los cimientos, el fundamento de toda cabeza.


Tomado de Sábado, 12 de agosto de 1944.



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