En el jardín

Abuelo en el ancianato de Chinavita (Boyacá).



      El tío Marco Aurelio Velosa Guerra no habla, pesca el gesto en el aire, enrolla el cuerpo y modula  los días pasados. El tío Marco tiene la mirada azul, la piel marcada y un cuarto en un ancianato. 

      La última vez que lo vi estaba sentado en medio de la casona en Úmbita, Boyacá. Recuerdo un sol que estuviera a punto de caer sobre nosotros y parece que así hubiera sido, pues las mujeres que cuidaban del tío murieron, luego el ancianato y pasar las horas envueltas en la rama de un árbol. 

       Después de más de cinco años sin verlo, llegué a Chinavita (Boyacá), lo encontré acompañado por ojos distantes, abiertos, cerrados, ojos que dejaron de ser hace mucho tiempo la apariencia del sueño.  Las monjas nos condujeron a la familia y a mí, al comedor donde un grupo de abuelos y abuelas miraban televisión. Unos dormían, otros saludaban, algunos inmunes ante nuestra presencia.



El tío Marco con mis padres en el hora de la visita. 


      Al fondo se veía el jardín, el solar y una casa campestre. Miré las ventanas abiertas, después al tío Marco, otra vez a las ventanas cerradas. Las flores mostraban el fulgor de su sexo, caminé bajo los árboles y un inquilino me sorprendió con la sonrisa infantil revivida, escondí la cámara para no asustarlo.

       El viento se colaba por las camas donde descasan los abuelos, se acomodó bajo los pies de ellos: memorias de caminos. El tío Marco coloca sus manos como un caracol al comer el amasijo que el día anterior hizo la tía Cristina y Aurora, mi mamá.

       "Mi papá...mi mamá... la cuajada...las arepas... la mamá cocinaba". Lo de más fueron ríos de sonidos que parecían venir de los latidos de Marco. "Él vivía solo en La palma, cocinaba y hacía mandados pero nunca pudo echar azadón", afirmó la tía Cristina, primera hija de Arsenio, hermano menor del tío Marco, quién es el único de 5 hermanos que aún vive. 



Abuelo durmiendo la siesta en el ancianato.

       Una abuela con expresión de niña se acercó para saludarnos, no hablaba, pero merodeó el círculo familiar, regresó a su silla haciendo bolitas con las manos, suplicando atención. 

       Las monjas, que no distanciaban en edad de los demás ancianos, anunciaron que teníamos que despedirnos del tío 'marquito' como también lo llaman en la familia. Sus ojos azules carcajeaban, su boca se revolcaba  entre golpes y palabras desfiguradas. Lo vi tan vivo sin importar que pase de los 90 años y que necesite un caminador para desplazarse. 


Abuelo en el jardín del ancianato de Chinavita (Boyacá).


      En el ancianato no habían más visitas, sólo estábamos nosotros y las aventuras narradas en el otro lenguaje del tío. Los demás ancianos  salieron del sueño y dijeron 'Hasta luego'. Después fue el momento en que Marco Aurelio, hijo de Romelia Guerra y Aureliano Velosa, cerró sus labios y se entregó a la huida de los pájaros.




Escrito por: Estefania Almonacid Velosa
Septiembre 2017. 


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