Elogio al teléfono de rueda

Tomada de: https://www.akita.co.uk/2018/02/28/end-of-isdn/



      El primer teléfono que tuvimos en casa era de color vino, gordo y de ruedita. Muy parecido al de la abuela Hilda, el de ella era de color verde pastel y de bocina pie de elefante. Recuerdo el sonido largo al marcar y que todo el apartamento sabía cuando se realizaba una llamada, al igual del rinnn rinnn que despertaba hasta al vecino. En él pregunté la tarea para el otro día, hablé con el primer amorío y compartí los chismes con las amigas.

        En ese mismo teléfono vino tinto contesté dormida y regresé sonámbula al sofá, además, recibí las llamadas de mamá cuando  ella estaba en el trabajo y yo llegaba del colegio a la casa. Hasta la mujer del apartamento de al lado, luciendo  pijama satinada, pedía el teléfono prestado para conversar de asuntos que podían aparecer en la sección del noticiero ¡Qué tal esto! Por una semana la bocina de nuestro teléfono quedó con un tufillo a cigarrillo, porque la vecina fumaba mientras subía la voz por el teléfono. 

      Debajo del teléfono manteníamos una libreta con todos los números telefónicos de las compañeras del colegio. Aún existe, aunque solo recuerdo uno o dos nombres. Los humanos nos pasamos la vida olvidando. 

      Nuestro gordo vino tinto por varios años fue el medio de comunicación inmediato, de ahí que hubo días ansiosos e insistentes para que sonará o contestaran al otro lado del cable. Hace muchos años unos inquilinos del piso de abajo robaron nuestra línea, por eso en una sola llamada hablábamos cuatro personas. Al notar el popurrí de voces por las llamadas cruzadas, se manifestaba un silencio que hacía eco en las bocinas. 

     Pero un día el teléfono empezó a molestar. Había que mover el cable para que el tono sirviera. Aveces reaccionaba, aveces no. Por unos días bien, en otros se encontraba muerto. Nuestro adorado teléfono dejó de funcionar. Atrás quedaría hacer rollito con el cable mientras se conversaba, sentir los huecos de los números al marcar y el peso de la bocina. 

      Nunca más la llamada que despierta para levantarse y mirar ese color de cortinas de teatro. Tristemente el gordo vino tinto lo cambiamos por un teléfono pequeño, digital e inalámbrico. Nada parecido al aparato que desapareció de nuestra vida familiar. 

   Quién iba a imaginarse que después de cambiarlo, las llamadas bajarían, a tal punto que en la actualidad es raro  que suene el teléfono de la casa. Pero eso no solo pasó en mi casa, ahora no es común que la gente anote el número de la casa cuando piden un contacto. Pero aún, yo soy de las que escribe el 76019... como acto de resistencia, ante el mensaje frío del whatsapp o del número celular.  

      Guardo la esperanza de que regrese esos tiempos de: "Por favor Estefania. Sí ya se la paso". Esos tiempos eran encantadores, hasta se cumplían las citas con el solo hecho de confirmar el día anterior. Ahora hay celular, muchos lugares y tantas horas, pero las citas son más incumplidas. 

      ¡Cómo te extraño, mi gordo, viejo y vino tinto teléfono rinnn rinnn!



Estefania Almonacid Velosa 





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