La nalga trabajada


Brassaï - Nu à l’Amphore, vers 1935.

    La otra noche, mientras buscaba en la televisión un documental sobre Aristóteles, tropecé con uno de esos programas triviales y vulgares en que salen muchachas casi desnudas y un experto analiza cómo han logrado moldear sus curvas. Un asco, de verdad. Es increíble que un invento tan maravilloso como la televisión esté al servicio de esta clase de vacuidades. En fin, no llevaba ni una hora torturándome frente a la pantalla con semejante adefesio cuando el experto señaló, a tiempo que exhibía la parte posterior de la tanga de una de las señoritas:
     Esta es una nalga trabajada.
      "Una nalga trabajada". Ante frase tan sugestiva no pude menos que aplazar a Aristóteles y recordar las tareas que nos ponía un riguroso catedrático de Derecho internacional.
        Esta es una monografía trabajada -decía de alguna, máximo de dos-. En cambio, estas otras -y mostraba cuarenta o cincuenta más- fueron hechas a la bartola.
       Gracias a las bases doctrinarias de mi querido y recordado profesor y de la aplicación de estos principios académicos a la materia prima de los programas de televisión que vengo mentando, he podido saber que, igual que las monografías, hay nalgas trabajadas y nalgas a la bartola. Las que vi aquella noche durante las breves horas que me detuve mientras buscaba el programa sobre Aristóteles eran, sin duda, trabajadas.
       Pero, se preguntarán los lectores de esta columna que hayan elaborado tareas en el colegio o la universidad, ¿cómo diablos puede ser trabajada una nalga? A fin de entenderlo hay que aceptar, como hice yo, que existe un arte dedicado a hacer de nalgas, esculturas. Para eso hay que realizar determinados ejercicios, consumir determinadas dietas, aplicar determinadas cremas, adoptar determinadas posiciones al sentarse y caminar... trabajar, en fin, la nalga. Como resultado de la tarea, la nalga trabajada saltará a la vista y al tacto, y la otra, la nalga que se dejó a la bartola, denunciará su gelatinoso abandono.
      Mis propias investigaciones de introducción a la nalga me llevaron a un examen histórico de estas partes del cuerpo a través de los siglos. Hice hallazgos sorprendentes. Descubrí, por ejemplo, que los antiguos no trabajaban bien las nalgas. En la obra de Miguel Ángel queda claro que, con excepción del David de mármol, abundan las posaderas a la bartola. Sin ir muy lejos, poco trabajado parece el par de nalgas que el Padre Eterno ofrece a la vista atónita de los visitantes de la Capilla Sixtina. Y ni hablar de las que pintaba Rubens, cuyos dueños no supieron nunca lo que era la gimnasia para fortalecer glúteos. Habrían tenido que trabajar duro esas nalgas para mojar televisión.
       No pretendo aburrirlos con mis conocimientos de pintura. Solo les diré que algunos artistas se fueron al extremo opuesto de Rubens, como el Greco, que pintó cuerpos alargados y esbeltos. Pero eso no significa -y aquí quería llegar yo- que las nalgas de los personajes del Greco sean trabajadas: son flacas y esmirriadas, que es otra cosa. Clasificarían en la categoría de "esqueléticas a la bartola". En cuanto a nuestro gran Fernando Botero, uno podría pensar, por los volúmenes de las nalgas de sus óleos, que en clase de Derecho Internacional habrían sido gruesas tesis de grado y no simples monografías. Pero tampoco: las nalgas boterianas son gordas, rotundas, ecuménicas, voluminosas, pero no trabajadas. Nalgotas a la bartola.
       El concepto es importante y no conviene confundirlo con términos parecidos. Una nalga trabajadora, por ejemplo, es la que ha pasado muchos años sirviendo de apoyo a labores sedentarias, como las de un oficinista, una costurera o un arzobispo. Se trata de nalgas meritorias, laboriosas, devotas. Pero en ningún caso trabajadas. Existen también las nalgas trabajosas, que son esas nalgas esquivas, remilgadas, muy pegadas de sí, que se niegan al roce intencionado o la caricia fácil. Recelosas, sí. Pero no trabajadas.
     Todo lo anterior plantea una serie de preguntas trascendentales: ¿una nalga trabajada termina convirtiéndose en trabajosa?, ¿una nalga trabajadora podrá llegar a ser una nalga trabajada?, ¿es posible que una misma persona tenga una nalga trabajosa y otra trabajadora?, ¿cuánto trabajo necesita una nalga a la bartola para volverse trabajada?
     Por ahora no tengo respuestas. Sé que podré hallarlas en la obra de Aristóteles: Pero eso será después: por ahora me dedico a investigar el tema en programas vulgares e irrelevantes.
Escrito por: Daniel Samper Pizzano.
Revista Carrusel. 2009. 

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