Elogio al retiro espiritual

      
Atardecer en 'Playa el aguacate'. Tomada por: Estefania Almonacid Velosa. 


        El ruido del mar y la lluvia se mezclaron una noche. Atrás de la cabaña: el bosque, encima: una biblioteca alemana, dentro del cuarto: la novela De donde son los cantantes, afuera: la hamaca, tal vez un gato montés o un tigrillo que entra a la cocina.  Todo retumba, el golpe del acantilado llena todos los nidos del cangrejo. Cada nombramiento levanta la mano y empieza la danza, una expedición por el sendero mejor imaginado. De ese modo, fue el alejamiento. 

     Chocó fue el destino. Iría a una isla muy cerca de Capurganá, pero que pertenece a Acandí; es conocida como Isla 'El aguacate'. Desde Montería  'agarré carretera' por todo el Urabá antioqueño hasta llegar a Necoclí de noche. Al otro día el viento acecha el balcón y de mi cabellera ensortijada rodó cualquier rastro de almohada. Abajo ya estaban vendiendo las cocadas y las frutas. 

      En el puerto, las faldas se elevaron al pulso del turquesa. Estaba muy lejos de casa. La mirada pudo sobrevolar el mar sin hundirse, más de una hora navegando hasta llegar al puerto Capurganá.  Al adentrarme por las calles vi a un hombre viejo, en apariencia extranjero, con un letrero que decía: "Rusía-1 peso". La música retumbaba, hacía vibrar la hilera de botellas de aguardiente y el gesto de un hombre que parecía cansado por no hacer nada. Luego me retiré del pueblo y una lancha navegó hasta el Aguacate.


      Lotha es el dueño del hospedaje donde me quedé. Un alemán que viajó hace unos  años a Colombia por turismo y vio la posibilidad de abrir su propio hotel. En esa tierra se enamoró de una morena, según él, muy compatible con sus energías. Tuvieron una hija, así Lotha echó raíces entre la palmeras de la playa. Recuerdo que me indicó el momento exacto para tomarle fotografías al atardecer, que me ayudó a quitar la arena de los pies con un balde de agua dulce y que habló de un buen futuro en Panamá. No recuerdo nada más. Prefiero imaginar que se le quitó la tos por besar a sus morenas, sin necesidad de ningún jarabe. 


      Buscar personajes y estar en silencio, a eso me dediqué en el viaje.  Sí, recuerdo algo más... Lotha es un personaje perfecto, además de administrar, le hace conversación a los huéspedes durante la cena. En el hospedaje también se estaban quedando unos enamorados holandeses que el día anterior de marcharse, se tomaron una botella de aguardiente y en la mañana se despertaron disimulando su tremendo guayabo. No sé de qué temas les hablaría Lotha a los holandeses, en nuestra mesa conversó de lo machistas que eran los hombres colombianos porque buscaban a una mujer que fuera como la mamá, pero con derecho a sexo. 

       Después de la cena solo quedaba una vela encendida dentro de un jarrón. Intenté leer pero cada ruido de la noche robó la atención, cada frase de Sarduy se desmoronó como el castillo árabe que intenté construir en la arena. Me levanté del comedor hasta que la vela terminó, en la oscuridad busqué descalza las escaleras, la puerta, el tocador y la cama. Me acosté con el vestido de noche, el sueño merecía la sutil postura.

      En esa playa de Acandí me desperté con el murmullo de los cocos intentado lanzarse. El tocador ya no reflejaba a nadie. Alisté la valija, toda la ropa con aroma a sueño y sal. Regresaría con un solo fragmento escrito: 

       "Todo lo podría saber Helena Garrido. Enterrar una carta hasta que un niño inquieto la descubra. Ayer encontré una concha en forma de vasija, me inventé un relicario o un diminuto floreo".

       No terminé de leer De donde son los cantantes, tan solo bajé el telón de un sueño largo. Antes de embarcarme miré hacía atrás, gravé el vuelo de garzas, luego corrí y el mar me trajo de regreso a la ciudad. 



 Escrito por: Estefania Almonacid Velosa. 







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