El destacado de la semana...

Conozca por que Calibán piensa que en esta tierra sufre tremendos temblores políticos, pero sin embargo todo sigue igual

ALGO ES ALGO

De izq. a der., Alfonso Villegas, fundador de EL TIEMPO, Mariano Villegas y Eduardo Santos Montejo.

Por Enrique Santos Montejo


    He vuelto a la ciudad. Dos semanas de ausencia, y cree uno que todo ha cambiado; que han sucedido aquí cosas tremendas; que el gran partido Liberal tambalea y el Conservador está haciendo pinito, recién salido de la tumba, como Lázaro. Y nada. Todo igual. El mismo chino ofrece el mismo billete de lotería, en la misma esquina de la calle 14, frente a La Cigarras, en donde los mismos contertulios siguen haciendo la felicidad de la patria, de las seis de la tarde en adelante; de Cruz Verde baja el mismo soplo helado, moderador de entusiasmos y fabricante de neumonías; Laureano Gómez, que declaraba melancólicamente en el Senado que estaba un poco más viejo, se hallas tan joven como nunca. 

    Más que cuando dictó en el Municipal aquellas conferencia inolvidable y apocalíptica en la cual demostró, con toda clase de argumentos, cifras datos en mano, que este desventurado rincón de tierra en que vivimos, era de todo un punto de vista inhabitable. Carecía de pasado y de porvenir; era una verdadera estafa de la naturaleza; un suelo estéril y malsano, poblado de una raza mulata, perezosa, charlatana, incapaz de trabajo fecundo. No teníamos remedio posible. Nuestras riquezas ,puras  patrañas, nuestro civismo, necedades; nuestros estadistas, unos pobres diablos. Recuerdo el terror del inmenso auditorio que llenaba el Municipal. 

   Cuando calló el conferenciante quedó allí una atmósfera de suicidio colectivo o de emigración en masa hacia aquellas regiones de las cuales decía el doctor Gómez, con su hermosa voz barótono: "¡Esas sí son tierras de humanidad!". Sí, el doctor Gómez está tan joven como cuando hace cuatro lustros largos principió su campaña contra los follones. Hoy esgrime con el vigor de entonces el mismo tomawack sobre los mismo follones, que todos creyéramos desaparecidos o muertos, pero que surge a su paso como la mala yerba, y que el común de las gentes no suele distinguir. Para ello hace falta el ojo clínico que adivine en ciudadanos en apariencia normales, a bandidos escapados de presidio por la torpeza o la benevolencia de las autoridades...

    Nada ha pasado. ¡Y yo que venía resuelto a encontrar un ambiente de tragedia capaz de indemnizarme de la paz campesina! Empero todavía confío en que esto no sea sino una falsa calma. Nuestros arúspice de cabecera, el carísimo Guillermos Bonitto, me notificó anoche, lleno de satisfacción que por ahora no habría sino fuertes vientos, pero que en agosto tendríamos, sin duda alguna, violentos temblores. Algo es algo.


La danza de las horas y otros escritos, Bogotá, Libros del Cóndor, 1969.

Comentarios

Entradas populares