Las tres de la tarde, hora ideal para ver cine


¿Por qué va usted a matinée?


Teatro Faenza. Centro de Bogotá. 1978. Tomada de http://museofueradelugar.org
        
           El sentimiento de culpa del matineé. "La peor manera de trasnocharse". La función ideal para el especialista. Cuando tenga un problema sin solución, váyase a metinée.

       A las tres de la tarde y mientras la ciudad trabaja, un moderno automóvil particular se detiene frente a un teatro. El chofer sin uniforme desciende del vehículo, abre sin ceremonia la portezuela posterior y da paso a un anciano pequeño, con piel de fruta deshidratada y escrupulosamente vestido, que se dirige a la entrada del teatro arrastrando los pies mientras el conductor de su automóvil compra la boleta. 

         Cuesta trabajo creer que a esa hora pueda haber ambiente para un espectáculo de cine. La encargada de vender las boletas para las funciones de las tres y quince es casi siempre la misma que vende las boletas de la función nocturna. Pero tiene una apariencia enteramente distinta. A las tres de la tarde, el suyo es un trabajo rutinario, sin ningún atractivo, que la empleada ejecutiva con despaciosa negligencia. En el mejor de los casos, un miércoles vende veinticinco boletasen medio hora. Una de ellas, casi invariablemente,  es para el anciano con automóvil, chofer particular y aspecto distinguido, que entra al teatro poco después de las tres, con una puntualidad que tal vez no habría tenido nunca para asistir a la oficina.


        Un sentimiento de culpa 

       A la hora del matinée ---una palabra francesa metida a empujones en el castellano--- en el interior de los teatros se respira una atmósfera lúgubre. Parece como si las palabras sonaran menos en el piso alfombrado, pero la realidad es que quienes asisten a la proyección de esa hora procuran, inconscientemente, pasar inadvertidos. "Es el sentimiento de culpa del matinée", ha dicho alguien, definiendo en esa forma la atmósfera e misterio y clandestinidad que tienen los teatros a las tres de la tarde.

      Antes que comience la función vespertina, que es la función de los enamorados y de quienes no lo están aunque parecen estarlo, se oyen palabras sueltas, frases interrumpidas. En la función nocturna, la gente aguarda a los invitados en la antesala, saluda a los conocidos, conversa con ellos. Hay un ambiente de saludable entretenimiento . En matinée no se oye un ruido. Es como si cada uno de los asistentes ---quince, veinte, veinticinco--- se hubiera refugiado a esa hora en la oscuridad de un teatro para esconderse de su propio sentimiento de culpa. 


            La hora del cine 

           Muchas personas no van a metinée, aunque podrían hacerlo, para evitar la depresión. "Ir a metinée es la peor manera de trasnocharse", dicen, y prefieren hacer otra cosa cualquier en lugar de disfrutar cómodamente de dos horas de buen cine. A lo que más se parece un teatro a la hora de matinée, esa un museo. Ambos tienen un aire helado, una quietud funerio. Y sin embargo, las tres de la tarde es la hora que prefieren para asistir al cine los verdaderos cineastas. 


              El verdadero cineísta

             Es difícil definir al verdadero cineísta. Existe el especializado, el que devora dos horas de proyección en persecución de un detalle, de un ángulo fotográfico o de un acierto de dirección, y presencia la proyección con el mismo sentido con que un erudito descifra un pergamino antiguo. Es bastante discutible que ese sea el verdadero cineísta. Y sin embargo, también el matinée es la función más adecuada para el especialista. Los teatros donde se exhiben películas antiguas están llenos de ellos a las tres de la tarde. 

           El verdadero cineísta asiste al teatro casi siempre solo. Se sienta invariablemente en los sectores laterales. No mastica chicle ni como ninguna clase de golosinas. No lee periódicos ni revistas, sino que permanece en las nebulosas, contemplando la pantalla con cierto aire de concentrada estupidez, hasta cuando comienza la proyección. Entonces se desabrocha el cinturón, se desajusta los cordones de los zapatos y el nudo de la corbata, y trata de apoyar las rodillas o de trepar los pies en el asiento delantero. Cinco minutos después de comenzada la proyección, puede estallar una bomba en el teatro, en que el verdadero cineísta no caerá en la cuenta. La película puede ser excelente o puede ser un mamarracho, eso no importa. Si a un verdadero cineísta se le dice en la calle que una película es insoportablemente mala, asistirá entusiasmado a la próxima exhibición, para convencer de que es mala en realidad.


            Rossellini va a dormir  

              No todo el que sabe mucho de cine es buen espectador. Roberto Rossellini, el gran realizador italiano, se duerme profundamente y ronca como un oso durante la proyección. El mismo ha declarado que se ha dormido incluso durante la exhibición de sus propias películas. René Clair, el insuperable director francés, ha manifestado que para entender la mayoría de las películas, debe serle explicado el argumento después de la proyección. De André Gide se ha dicho que en sus últimos años tenía por costumbre encerrarse desde las primeras horas de la tarde en los cines continuos, envuelto en bufandas y frazadas, que se iba quitando de encima a medida que progresaba la proyección. Azorín asistía a toda clase  de películas y las veía y entendía a su manera. No como un cineísta, sino como un literato. En sus prolongados matinées tuvo origen un libro que nada tiene que ver con el cine: El cine y el momento, en el que Azorín hace interesantes comentarios literarios sobre "High Noon", la extraordinaria película de Fred Zinemann,  y descubre que Gary Cooper es un caballero manchego, como Don Quijote. Su actor favorito, al parecer, era Gregory Peck. 


           ¿El cine para qué?

          De manera que la mejor clientela del matinée es la gente a la que realmente le interesa el cine. Pero también va a matinée la gente a quien el cine le importa una higa. Es bastante difícil encontrar en funciones vespertinas o nocturnas a espectadores que no estén allí por algún motivo que de alguna manera tenga que ver con el cine. La mayoría de quienes van al cine, lo hacen atraídos por los actores. 

             El juicio que les merece la producción depende en primer término de la manera como el actor haya correspondido a la simpatía que se le tiene. Y casi siempre la simpatía está condicionada a la clase de papeles que se les asigne al actor favorito. "No me gustó esa película, porque ella muere al final", es un comentario corriente entre los asistentes a las funciones vespertinas a metinée emiten ese juicio. Algunos, porque entienden bastante de cine. Otros, porque no saben qué ha pasado en la película, ni les importa. 


          No están todos los que son

          Es bastante probable que la clientela de los matinée disminuirá notablemente si se cerraran los colegios de bachillerato. Los estudiantes, que ordinariamente van al teatro en grupos, no tienen otro interés que refugiarse en un lugar seguro, mientras transcurren las clases. Como todos lo hemos hecho alguna vez, es muy probable que ese sea el origen del "sentimiento de culpa" y la sensación de clandestinidad que padecemos algunos adultos en matinée.

         Debido a la escasa asistencia, un teatro a las tres de la tarde es el lugar más seguro para una cita incógnita, para los amores secretos ---por cualquier motivo--- y para escapar a una obligación inaplazable. 

          "Cuando tenga un problema sin solución, váyase a matinée", le decía hace algún tiempo el gerente de una importante empresa a su jefe de relaciones públicas. El miércoles de la semana siguiente se encontraron a la salida de una matinée. 


           La terapéutica del matinée

           En Bogotá, el personaje más curioso que asiste a los teatros de estreno, a las tres de la tarde, es el anciano escrupulosamente vestido, cuyo automóvil lo aguarda a la puerta  hasta cuando termina la exhibición. Casi a siari, el redactor cinematográfico de este periódico lo ha visto entrar y acomodarse silenciosamente en uno de los asientos de la zona lateral. Su comportamiento es el de un cineísta perfecto: no mastica chicle, no come golosinas, no leer los periódicos no se pone en pie hasta el instante preciso en que aparece en la pantalla la palabra "Fin".

           Sin embargo, según su propia declaración, ese inveterado asistente a matinée ni siquiera recuerda el nombre de los actores. Es propietario de un almacén de víveres, y no tiene sino una sola explicación para su encantadora costumbre. 

          ---Desde hace nueve años vengo a matinée todos los días, por recomendación del médico. 




Escrito por Gabriel García Márquez
Octubre, 1954

Tomado del libro Crónicas y reportajes



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