Diatriba a Julio Iglesias...





Julio Iglesias. Tomado de
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Música látex




Por Mauricio Pombo







      Es difícil pensar algo más lejano a la música que la música de fondo. Me refiero a esas melodías que se oyen en los consultorios o, también, en los aviones mientras se acomodan los pasajeros. Se parece, en términos olfativos, a aquellos olores artificiales que tiene los baños públicos para ocultar los malos olores reales. Se trata de buenos olores malos; no huelen a pan caliente recién horneados ni a pasto recién cortado. Huelen inmundo, aunque un poco menos mal que los olores reales que ocultan. Pero huelen feo.

       Pero no. Existen algo aún peor, y me refiero a la música sin fondo; concretamente a Julio Iglesias. Ni siquiera podría denominarse música light el esperpento que sale de su garganta. Me atrevería a acuñar un concepto y llamarla música látex. Se trata de un personaje que canta como si estuviera metido entre un condón. Cante lo que cante, el tipo en cuestión se encarga de eliminar todos los espermatozoides que hubieran tenido la versión original. Su voz es un congelador de emociones y sus arreglos actúan como un paredón de fusilamiento en el que se ejecutan (matan) y no se ejecutan (interpretan) las notas musicales.

        El resultado final de las interpretaciones de Julio Iglesias se parece al sonido ese que producen ciertos teclados eléctricos con los que se suelen amenizar matrimonios, fiestas de quince años y otras detestables celebraciones. Esos instrumentos que traen incorporados ritmos pregrabados que pretenden reemplazar la percusión y que aspiran a imitar violines, bajos, trompetas y trombones. Un instrumento asesino, un teclado látex, un antecesor mecánico de Julio Iglesias. 

       
        Antes de Julio hubo intentos por preservar entre un preservativo la música de los sesenta y setenta. Las orquestas de Paul Mauriat y Frank Purcell, se encargaron de encondonar los grandes éxitos de los Beatles y los Rolling Stones. De un steak tartare musical hacían una insípida hamburgesa vegetariana. Ese es el truco: vender, como lo hace Julio Iglesias, comidas rápidas musicales para gente sin papilas auditivas.

      Iglesias no es un cantautor ya que ni canta ni es autor. Podría denominarlo un matautor. No entiendo por qué no le llueven demandas de quienes crearon las canciones que él recicla o tritura tras haberlas metido entre esos cauchos previamente esterilizados y humedecidos. 

     El fenómeno que vengo describiendo tiene sus émulos en las artes, la literatura y la política. Un buen regalo de matrimonio ---me refiero a uno de esos matrimonios descritos anteriormente --- sería un cuadro de Gordillo, un cuadro látex. Quien quiera regalar literatura: un libro de Coelho no debe faltar, un libro látex. En música, bueno, obviamente los grandes éxitos del personajes de esta columna, sin importar el idioma en que cante, pues, da igual, al fin y al cabo acaba, en su bobaloconería, hasta con el significado del cualquier palabra. 

       
       Todos ellos, los creadores mencionados, les quitan envergadura a su oficio; una manera de lograr los propósitos del condón sin aprovechar sus bondades. Hay también políticos, modelo Bush y Aznar, recubiertos de látex; Barbaries machos del quehacer público que me suscitan lo mismo. Son políticos sin fondo, fondos musicales sin música. 

      Música, literatura y política esterilizadas. Pero todos ellos venden; se venden como condones en automáticos y drogerías. Y el sabor que nos dejan es ese mismo: el que uno tiene al salir de un consultorio o al salir de la farmacia con un antibiótico que acabará con el dolor y, a la vez, con la flora intestinal.

       Los médicos recomiendan tomarse un yogurt para contrarrestar los efectos nocivos de los antibióticos. Yo recomiendo a Joe Cocker y a Johann Sebastian Bach para superar la morfina de Julio Iglesias. 



        
 El Tiempo, 15 de julio de 2004.



Mauricio Pombo nació en Bogotá en 1955. Filósofo de la Universidad de Los Andes. Estudió lingüística en Alemania. Ha sido bibliómano, profesor, traductor de alemán y librero. Es columnista de El Tiempo. Ha colaborado en las revistas Credencial y Soho. 

(Tomado de Antología de Notal Ligeras colombiana. Maryluz Vallejo y Daniel Samper Ospina)



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