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LA NÁUSEA


Por Eduardo Zalamea Borda
(Ulises)

Un militar, un obrero cesante, una dama solitaria, cuatro niños que juegan desganadamente, unos cuantos árboles que parecen alzar desesperadamente las ramas al cielo en un interminable desperezarse, una fuente de la cual sale un lento chorro de agua desganada, una estatua que duerme su metálico sueño interminable, son los elementos de ese paisaje que resume todos los tedios: un parque de Bogotá cualquier día de trabajo a las tres de la tarde.

La ciudad es tediosa porque es repetitiva.
Imagen de Juan Yanés, 2010.

¡Qué desolación más singular! Entre el verdor de los prados y de las hojas de los árboles, entre las explosiones cromáticas de las flores, que bajan la cabeza bajo el sol de altura, parece reptar como un ofidio maléfico, un inenarrable fastidio.

Capital del bostezo, no es en ese lugar ni siquiera posible la pereza, que tiene algo de lujo. Se trata, más bien de un tristísimo aburrimiento, casi de una náusea sartreana. Y quien llega a mirarla por un instante cara a cara, se siente con algo pegajoso e incómodo en la piel del alma y emprende la fuga para confundirse de nuevo con el fragor del tránsito, con la vida del trabajo y el afán, lejos de ese mentido oasis al revés, que es un desierto en donde todo parece agostarse y morir de aburrimiento.

Intermedio , "La ciudad  y el mundo", El Espectador, 15 de enero de 1954.


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